domingo, 12 de mayo de 2013

Rumbos


¿Se puede ser tan egoísta como para esperar que alguien no cometa los errores que uno mismo comete? No tienen por qué ser errores, basta con algo que uno se reprocharía a sí mismo.


Irracionalmente, sí.


Lago Setba (Senegal)


Ahí hay dos personas que navegan por un lago rosa apacible. Se ven a lo lejos, sin saber si están en la otra orilla o, como yo mismo, errando por el centro sin rumbo fijo. Me doy cuenta de que soy uno de esos dos seres. Intentamos ir a nuestro encuentro y conforme nos acercamos, cada vez parece que es más fácil, te animas, adquieres fuerzas que jamás pensaste que tenías y, por fin, le tocas la mano. Y ese calor es imposible de olvidar. En ese momento se paraliza el tiempo, las aguas rosadas son perfume y eres feliz. Tanto tú como la otra persona.

Sin embargo, no estamos en un terreno firme. Nuestra barca se tambalea sobre la superficie del agua. Unas veces es a causa de tus propios movimientos, otras veces será la barca de aquella persona la que chocará con la tuya, o si no, el inevitable movimiento natural del agua. Da igual de quién sea la culpa, la entropía aumenta sin remedio y todo lo que puede parecer simple se va haciendo más y más complejo, aunque algunos mantienen el dominio.

Pero lo que me ocurre es  que nuestras barcas toman una tendencia de distanciamiento e intento alargar el brazo todo lo posible. Aunque lo hago con los ojos cerrados, con miedo, y estiro más, con la esperanza de sentir de nuevo ese calor y que la otra persona no me deje ir. A veces me olvido de que yo también tengo remos.

Si yo cierro los ojos, ¿no los cerrarán también?





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