domingo, 22 de septiembre de 2013

Un mes tutorial

Definitivamente, septiembre es un mes desagradable. Hasta ahora, todos los meses de septiembre han sido de transición. Es aquel mes en que todo empieza de nuevo, hay que volver a engrasar las correas para que todos nuestros mecanismos vayan a buen ritmo. Pero es esa espera lo que hace septiembre indeseable. Toca volver a buscar una rutina, encontrar cómo llenar las tardes, aprender las reglas del juego. Es el mes de los novatos, es un mes tutorial, y, al menos a mí, leer un manual de instrucciones no me gusta, me da pereza. Prefiero pasar directamente a la acción, más que nada, porque anticipo los controles, sé y deduzco de antemano el funcionamiento.

Bien es cierto que el paso del tiempo juega un rol importante y en realidad se podría considerar septiembre el preámbulo de una nueva etapa, el descubrimiento de cosas nuevas, y eso está bien. Pero sólo cuando se hace con ilusión.

Es triste pensar en cómo la experiencia actúa como una lija, eliminando a cada pasada esa capa de ilusión inocente que nos cubría y resplandecía sobre nosotros. Y lo peor es que esta sensación se va extendiendo en la sociedad cada vez más intensamente y prematuramente. Hacemos tanto, tenemos tanto y nos obligan a aspirar a tanto que la experiencia ya no es una lija que nos desgasta paulatinamente, sino un ácido que nos abrasa. Lo noto en mis hermanos, cosas que a mí me hacían tanta ilusión a ellos ni les inmuta. Yo recibía los libros nuevos del cole y me gustaba cómo olían a nuevo, los ojeaba por dentro y me hacía ilusión tener un avance de lo que sería el nuevo curso. Se despertaban en mí hordas de creatividad ante la idea de la promesa de un regalo, anticipándome a él con mi imaginación. Ellos permanecen impávidos. Reciben lo que les llega con lo que parece un aire de resignación o como algo ya incluido en la rutina. Y lo bonito es romper ese cristal, ya que vivir en una constante rutina nos deshumaniza.

El caso es que he acabado perdiéndolo yo también. Todo lo veo desde una superioridad que no me gusta, me siento presuntuoso. Jugar a un videojuego ya no es lo mismo, no empatizo con los personajes y su historia, se pierde esa esencia y todo queda en un simple toqueteo de botones, que no me divierte ni apasiona como antes. Hay un espíritu crítico que lo enfría todo demasiado. Y a veces quiero recuperar esa lúcida inocencia, quiero encontrar a ese Peter Pan al que ya cada vez menos gente recuerda.


Ahora cierra los ojos y te dejaré una canción sobre mí. Todo empieza lento, incluso con un ritmo entrecortado. Escucha mi respiración. Refleja cómo me siento. Pero en algún momento nos cogeremos de la mano y entonces la melodía cambiará y nos animará a seguir, y llegará la noche en que empece el fin.


Begin the End - Placebo Loud Like Love

Espero de todo corazón que acabemos entendiéndonos, que sea recíproco, sin malinterpretaciones, sin errores.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Vuelta de las vacaciones

¿Conocéis la historia de Pandora?

Fue la primera mujer en el mundo y traía consigo una ánfora que Zeus le dijo explícitamente que no abriera nunca bajo ninguna circunstancia. Pandora era consciente de la orden, pero al igual que Afrodita le dio la belleza, también aprendió a apreciarla. Y esa ánfora era bonita, estaba magistralmente decorada, si era tan bella por fuera, ¿cómo sería por dentro?
Hermes dio a Pandora, entre otras cualidades, la curiosidad. Ésta cada vez era más grande, hasta que llegó el día en que lo fue más que la precaución de su conciencia. Y abrió la jarra.
De ella salieron todos los males que ahora conviven entre nosotros. Cuando Pandora se dio cuenta de lo que había hecho cerró de inmediato la tinaja, aunque ya era tarde y se escaparon todos salvo uno: el espíritu de Elpis, diosa de la esperanza, que fue más lento y no tuvo tiempo de salir.

¿Qué creéis que hizo Zeus con Pandora?

La perdonó. Sabía que finalmente la abriría. Que era inevitable.

Antes de empezar mi historia, necesito explicar qué representa Elpis realmente. Zeus tenía al espíritu de Elpis encerrado en la ánfora que contenía los males porque es quien produce en los seres humanos el temor a los males que puedan avecinarse. Da conciencia de que el mal acabará llegando, trayendo consigo un sufrimiento previo al verdadero sufrimiento.


Ahora la tengo en mi habitación, a mi lado cuando duermo, y la llevo a casi todas partes. Recuerdo el día en que la encontré. Bella, sofisticada, enigmática en algunas caras y tan agradable para los sentidos por otras. Desde entonces la intento cuidar, sin una razón concreta que me lleve a hacerlo.

Mi cabeza, a la que he aprendido a hacer caso, me recuerda siempre el mito de Pandora y entonces un temor enorme se apodera de mí con la sola idea de abrir la caja. ¿Es sensato pensar que  dentro contendrá el mal?

La caja en sí da color a mi vida, me gusta tenerla en mi escritorio, observarla. Pero llega el momento en que mi corazón me pide más, tímidamente se adentra en mi mente la curiosidad, la ambición, el deseo, y aunque a lo lejos, también asoma el rostro la esperanza. Por un lado quiero abrir la caja, pero por otro me da mucho miedo, mi conciencia me recomienda no hacerlo e incluso convence a parte del alma de que, si no a priori, a posteriori me arrepentiré. Es la eterna lucha entre razón y corazón.
Y aquí se da una paradoja: si Pandora consiguió que Elpis no escapara, ¿por qué me atormenta ahora a mí?

Sé que es inevitable acabar abriendo la caja. Pero nada demuestra que lo que haya dentro será malo. La cuestión es: ¿cuándo me atreveré a abrirla? La amnistía ya la tengo asegurada; todo es cuestión de tiempo: tanto lo bueno, como lo malo.