jueves, 21 de febrero de 2013

Jacques II


En el amor todo son contrastes. A veces, conoces a una persona que parece tan ideal.... ¿cuántos de vosotros os habéis enamorado a primera vista? Hay muchos factores que juegan en nuestra contra en el juego del amor: uno de ellos es la ilusión y otro, las interpretaciones y malinterpretaciones. Es todo un juego psicológico en el que también entra el corazón, creando una batalla entre lo irracional y la sensatez. Por eso hay tantas y tantas historias de amor que nos rodean. La combinación de factores, interpretaciones, y los propios protagonistas de la trama, es infinita.
Jacques es alguien que a pesar de parecer inocente, no ha tenido una vida fácil y, quizás, el pesimismo sea un buen defensor. La decisión es de cada uno. ¿De qué prefieres pecar? De iluso y llevarte palos mayores (o no) a lo largo de la vida,  o de pesimista y quizás perderte cosas maravillosas.



Iván era tan natural, y sus expresiones tan francas y agradables que instantáneamente sentí que conectaba a la perfección con él y enseguida cogí confianza. Entonces me propuso ir a dar un paseo por un parque. Sólo conseguí susurrar: gracias, Iván.

¿Recuerdas aquel parque con un estanque lleno de patos y nenúfares? Fuimos allí un par de veces cuando te echaste aquel novio tuyo futbolista.

Paseando y escuchando los relajantes ruiditos que hace el agua, me contó que lo que más le gustaban eran los helados con muchas bolas recubiertos de sirope de chocolate muy caliente. Que coleccionaba figuritas de elefantes. Que su día favorito del año era ese en que vuelves a ponerte el pijama. Que le hacían gracia mis orejas.

Y me hizo olvidar que mi vida era bastante cochambrosa, era incapaz de hablar de cosas tristes a su lado. Me quedé mirando los patos y le revelé que de pequeño vi como infinitas veces el corto de El Patito Feo de Disney. Él empezó a reírse a carcajadas y cogiéndose las costillas vociferó que él también. Anduvimos durante horas, nos sentamos en el césped mojado manchándonos los vaqueros. Al final, me invitó a un crêpe que compartimos porque no teníamos dinero para más.

Cuando nos despedimos le di un fuerte abrazo que me salió del alma. En aquel momento todos los colores eran más intensos, el verde más verde y el azul, azulísimo. El olor a lluvia me parecía estupendo y cruzar los pasos de peatones pisando solo las zonas blancas me pareció un juego divertidísimo.

Esa noche chateamos, me preguntó qué tal me habían sentado las croquetas que me había recomendado cenar a lo que le respondí soltando una risotada estúpida frente a la pantalla que todavía ni sabía lo que era una croqueta exactamente. Y así nos fuimos conociendo vía chat cuando ambos aparecíamos conectados. Me reveló que fue tan extremadamente amable conmigo porque le debía una al karma, y añadió que además como le caía muy bien, no le costaba nada ser así de agradable conmigo.

El viernes de aquella semana, Iván me llamó por teléfono cuando aún estaba en la cama. Su voz tenía un timbre especial aquella vez, me reveló que estaba muy feliz y que por fin había llegado un día que estaba esperando. Por mucho que insistí no me reveló nada, argumentando que no quería que nada se gafara. Me invitó a ir a cenar a Le Bouche à Oreille con sus amigos. Aquello me daba vergüenza pero al final me convenció.

A las siete de la tarde se había vuelto a nublar, y soplaba un viento frío, de ese que hace que tengas que cerrar los ojos encogiendo el cuello. Caminaba junto a Chouet a ritmo pausado, desconcertado, desganado. La verdad era que los brazos me pesaban bastante aunque en un rincón de mi interior estaba parpadeando una luz esperanzadora que tenía la voz de Iván. ¿Qué iba a contarme esa noche? ¿Cómo se desarrollaría todo? ¿Sentiría él lo mismo que empezaba a sentir yo impulsivamente? Pronto volvería a verle, en cuanto dejara a mi amiguito en casa. Pero en el camino de vuelta, crucé el puente y justo en ese momento pasó por debajo un TER Lorraine. El sonido que emitía el tren me trasladó a los tiempos en que estabas conmigo. En un instante, rememoré por completo aquel amanecer, en ese mismo puente y la crucial charla que tuvimos, y cómo me salvaste la vida e irónicamente semanas después el cruel destino se llevó la tuya.

Fue entonces cuando decidí no ir.

No recibí más noticias de Iván hasta pasados tres días. Me dejó un mensaje en Facebook preguntándome qué me pasó aquel viernes. Que le habría encantado presentarme a su novia. Y la vi, en su nueva foto de perfil. Una pareja adorable sobre el puente rojo sobre los nenúfares donde Iván me propuso compartir un crêpe.




miércoles, 20 de febrero de 2013

Jacques I

Historias de amor. Todo nos rodea de estas historias y cada uno seguramente habrá vivido al menos una más intensa y fuerte, probablemente fracasada, o con suerte de esas que tienen finales en los que se comen perdices. Esto nos lleva a la historia de otro conocido que nació en Vinorús, aunque ahora viva en mi estimada Nancy. La historia de Jacques acaba mañana y me hace pensar en lo absurdos que son algunos motivos por los que uno puede llegar a enamorarse. Motivos inocentes en el mayor de los casos, que dependerán de la otra persona. Qué complicado es que el amor deba ser cosa de dos, todos somos tan diferentes...





Hoy me he acordado de aquella ciudad donde en febrero el aire era caliente por las noches. Donde las gaviotas que volaban se confundían  con estrellas suspendidas en aquel cielo oscuro y ligeramente anaranjado. Tengo grabada la imagen del castillo iluminado en lo alto y tú señalándolo con la intención de subir a verlo. Hoy te escribo escuchando nuestra canción favorita una y otra vez con los cascos que me regalaste. Cómo se parece Pauline Croze a ti, quizás por eso me sienta tan bien teniéndola siempre en el reproductor. Estoy al lado del pequeño Chouet, que ahora ya es un labrador grande y muy tranquilo. Fuera está lloviendo mucho y en la Météo han anunciado tormentas en la zona de Nancy. Lo que te voy a contar hoy es una historia de amor reciente.
Había suspendido la última asignatura que me quedaba para hacer un pleno. No me está yendo nada bien en la facultad, tampoco con mi familia. Quiero irme ya de aquí, pero me da miedo, me siento muy solo e indefenso. Esa tarde tuve una fuerte discusión con mi padrastro y me marché a buscar a Jean. Parecía que las nubes me habían contagiado sus ganas de llorar y las lágrimas luchaban por saltar afuera. No estaba en casa y tampoco contestaba al móvil y acabé entrando a un bar de la Grande Rue yo solo. Era un bar gay-friendly y el lugar era tranquilo y agradable.  Había sofás de piel, cojines con plumas y las mesas, todas ellas con jarrones y flores, eran muy pequeñitas. Me senté en  la mesa más escondida que encontré. Qué rabia me dio no dar con Jean, necesitaba fumar y olvidarme de lo mal que estaba todo durante unos instantes. Así que me pedí una jarra de cerveza negra y empecé a beber perdiéndome entre la música del bar, los murmullos de la gente y los de mi conciencia. Luego empecé con el vodka y cuando se me acabó el dinero me puse a llorar. A partir de aquí mi mente se vuelve una maraña oscura, borrosa y espesa.
Cuando desperté estaba en una habitación llena de muebles dispares y viejos.  Me incorporé y sobre una cómoda de hierro vi mis llaves y mi teléfono. Por una extraña razón no me encontraba mal, no había resaca, ni malestar de ningún tipo. Salí de la habitación y un chico se giró y se levantó del sofá del salón. Era un chico muy guapo, con una piel clara aunque de aspecto saludable, con el pelo rubio pero oscuro y ligeramente rizado. Parecía algo mayor que yo, y también era más alto. Se presentó de forma alegre y bromeando sobre lo que le había hecho madrugar. Miré un reloj con forma de dos tetas. De un pezón salían las agujas que marcaban las horas y del otro había una aguja que no sabía qué debía de indicar. Eran las 8 de la mañana.
Se llamaba Iván.


Dijo que se estaba meando y desapareció por un pasillo, dejándome de pie en medio del salón con los engranajes que conformaban mi sistema nervioso intentando optimizar su movimiento sin éxito. Cuando reapareció traía consigo una bandeja con galletas y zumo. Llevaba unos pantalones de deporte cortos, tenía un vello fino en las piernas, unas piernas fibradas. Tenía pinta de hacer bicicleta. Encendió un aparato de música y sonó la canción Consolation Prizes de Phoenix. Y así empezó a hablarme sobre él. Hablaba con voz suave, con seguridad y templanza, con una expresión amable que le daba una bella forma a sus ojos turquesa… Estaba haciendo prácticas en un hospital. Era médico y era español, de Alicante. Qué casualidad,  ¿verdad?  Justo donde fuimos en nuestro último viaje juntos.
Al final, con vocecilla tímida y avergonzada le pregunté sobre cómo había ido a parar allí. Me extendió la mano con una galleta con forma de flor que olía a mantequilla y le dije que no me apetecía comer nada, así que mientras se iba metiendo galletas en la boca me empezó a preguntar cosas sobre mí, sobre mis gustos, si me gustaba la canción que había puesto o si quería otro estilo, ignorando por completo la expresión de mi cara y la pregunta que al principio le había hecho.
Parte 1 de 2

lunes, 4 de febrero de 2013

Ego, pero del bueno

The Stone Forest - Madagascar - 

Es tan importante apreciar las buenas compañías como apreciar la soledad. Quiero adentrarme en un bosque de rocas, donde los rayos del sol formen juegos de sombras singulares o se filtre la luz de la luna y haga brillar de manera enigmática y bella las superficies que se interponen en su trayecto. Dar el primer paso con la mente llena de las cosas triviales y rutinarias; caminar y, poco a poco, dejar atrás los ruidos e interferencias del exterior, de la realidad, y comenzar a percibir los latidos de tu corazón y las cosas que realmente son importantes. De modo que, al salir, te regeneres como el fénix que renace de sus cenizas. Muchas veces basta contigo mismo para reincorporarse tras los baches de la vida.

Sólo tú eres capaz de sentirte tú mismo en el bosque de rocas. Me imagino un laberinto en el que la salida es irrelevante, sólo quieres caminar por él, torcer por donde el azar prefiera. Me encantan esos lugares donde puedes evadirte y reír si quieres, llorar si lo necesitas, o crear, sacar lo mejor de ti, el yo secreto que todos tenemos. Por eso es tan importante saber que puedes contar contigo mismo. Tus pasos ya te llevarán a la meta cuando el alma lo crea conveniente.

Cuando paseo por estos bosques no me hace falta nada más; la música que me reconforta se encuentra en el entorno, a mi alrededor puedo ver todo lo que me apetece ver, puedo inhalar un aire cuya fragancia me deshinibe, todos los pensamientos e ideas que acuden a mí entonces alegran y sacian mi apetito, y notar el tacto  rugoso y sedoso de las rocas y los árboles me hace sentir arropado, como en los brazos de un ser protector. Allí estás protegido.

Cuando llego a una ciudad nueva, siempre me pregunto si habrá en ella un bosque de rocas. Pero un bosque de rocas para MÍ en especial, que pueda contar con él cuando me apetezca. Y supongo que así será, a veces cuesta encontrarlos, pero vayas donde vayas y vivas donde vivas, habrá un lugar perfecto que te libere por unos instantes, y es crucial encontrarlo para sentirse a gusto. ¿Conoces tú tu bosque de rocas particular?