viernes, 11 de enero de 2013

Alan I

Uno de los enemigos más poderosos que tenemos cada uno de nosotros son las obsesiones. Entran dentro de nosotros y ahí se quedan comiéndote, causando problemas. Es un parásito del que librarse no es tarea fácil, y lo peor es que puede aparecer por tantos motivos.... Por un trauma del pasado, por nuestra imagen, por amor, o por alguna sustancia por ejemplo.

Y es algo con lo que convives. En cualquier momento del día pasas por un sitio que te hace recordar, alguien hace un comentario que en tu mente lo saca a flote, o escuchas una canción, lees un nombre o ves una foto; hasta interviene en tus elecciones, aunque sea para elegir el color del polo que te estás comprando.

No me imagino castigo peor que una obsesión enfermiza, que no te deje vivir.

Hoy presento a alguien que, como yo, nació en Vinorús


Todo a su alrededor estaba borroso, distorsionado. Estaba en lo que parecía una cueva y hacía frío, aunque a duras penas podía percibirlo en aquella situación angustiosa. Olía a sangre y a humedad y caminaba sin control, sin poder controlar sus pies. Iba a volver a hacerlo, iba a volver a matar a su amigo, su único y querido amigo. Con un puñal le asestó una punzada en el cuello y salió un chorro de sangre de la arteria de Bolfren.  Otra puñalada, y otra, y otra más, a pesar de que su compañero estaba ya sin vida. Lloraba desesperadamente y gritaba hasta que, de pronto, su cerebro retomó sus facultades y todo cesó. Se miró los brazos salpicados de sangre, con arañazos y tierra, y entonces, asió con fuerza de nuevo el puñal en dirección hacia sí mismo.


Alan se incorporó con brusquedad con la respiración entrecortada, con un dolor agudo en el torso y el corazón latiendo frenéticamente. Había vuelto a tener la misma pesadilla de cada noche. En la mano derecha tenía agarrada con fuerza la llave, la tenía tan apretada contra su palma cerrada que se había hecho una herida. Aquella llave le tenía obsesionado desde que murió Bolfren. Una llave grande, de una aleación con un color bonito, un paletón muy fino en comparación con su longitud y con una cabeza que incluía una hendidura  que le recordaba al ojo de un gato. Estaba impecable y siempre la tenía consigo, para cuando llegara el momento de usarla y es que su mayor anhelo era encontrar la cerradura que esa llave abriría para así liberarse de su constante agonía.

Pero a pesar de su obsesión, Alan sabía guardar las apariencias. Se miró al espejo y vio en él a un joven apuesto. Había recibido una carta de dos personas de su pasado. No eran sus amigos, ni les tenía aprecio. Fueron sólo competencia en su época de aprendizaje y volver a verlos apenas le producía un cierto sentimiento de curiosidad. Iba a encontrarse de nuevo con Tessu y Chum. Por lo visto habían avanzado mucho en su carrera como maestros. Él lo había dejado, siempre había sido bueno en las aquellas artes, pero ahora sólo le interesaba la llave.


De repente sintió un dolor agudo y de la comisura del labio le empezó a salir sangre. Se había cortado mientras se afeitaba y en lugar de limpiarse empezó a llorar silenciosamente. En realidad todo era mentira. Él quería ser como ellos, no tener la necesidad de ocultarse, de traicionar. Se quedó arrodillado en el suelo unos minutos sollozando, dejando salir aquellas amargas lágrimas venenosas como  el amor. Cerró los ojos y poco a poco empezó a serenarse, le vinieron a la mente acordes de un instrumento de cuerda que oyó una noche con olor a jazmín y sabor a caramelo. Y todo regresó, sobresaltado buscó en sus bolsillos, por el suelo a su alrededor, el corazón se le aceleró de nuevo, se levantó bruscamente golpeándose la cabeza con el pico de la mesa, pero ya erguido la vio, junto a la navaja con la que estaba afeitándose,  y se tranquilizó.


Y es que utilizar esa llave sería su liberación, necesaria para purgar todas sus malas acciones.


1 comentario:

  1. Cada día me impresionas más. Hay tanto arte escondido por ahí que deberías sacarlo más a menudo. Besos

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