Y es algo con lo que convives. En cualquier momento del día pasas por un sitio que te hace recordar, alguien hace un comentario que en tu mente lo saca a flote, o escuchas una canción, lees un nombre o ves una foto; hasta interviene en tus elecciones, aunque sea para elegir el color del polo que te estás comprando.
No me imagino castigo peor que una obsesión enfermiza, que no te deje vivir.
Hoy presento a alguien que, como yo, nació en Vinorús
Todo a su alrededor estaba borroso, distorsionado. Estaba en
lo que parecía una cueva y hacía frío, aunque a duras penas podía percibirlo en
aquella situación angustiosa. Olía a sangre y a humedad y caminaba sin control,
sin poder controlar sus pies. Iba a volver a hacerlo, iba a volver a matar a su
amigo, su único y querido amigo. Con un puñal le asestó una punzada en el
cuello y salió un chorro de sangre de la arteria de Bolfren. Otra puñalada, y otra, y otra más, a pesar de
que su compañero estaba ya sin vida. Lloraba desesperadamente y gritaba hasta
que, de pronto, su cerebro retomó sus facultades y todo cesó. Se miró los
brazos salpicados de sangre, con arañazos y tierra, y entonces, asió con fuerza
de nuevo el puñal en dirección hacia sí mismo.
Alan se incorporó con brusquedad con la respiración entrecortada, con un dolor agudo en el torso y el corazón latiendo frenéticamente. Había vuelto a tener la misma pesadilla de cada noche. En la mano derecha tenía agarrada con fuerza la llave, la tenía tan apretada contra su palma cerrada que se había hecho una herida. Aquella llave le tenía obsesionado desde que murió Bolfren. Una llave grande, de una aleación con un color bonito, un paletón muy fino en comparación con su longitud y con una cabeza que incluía una hendidura que le recordaba al ojo de un gato. Estaba impecable y siempre la tenía consigo, para cuando llegara el momento de usarla y es que su mayor anhelo era encontrar la cerradura que esa llave abriría para así liberarse de su constante agonía.
Pero a pesar de su obsesión, Alan sabía guardar las
apariencias. Se miró al espejo y vio en él a un joven apuesto. Había recibido
una carta de dos personas de su pasado. No eran sus amigos, ni les tenía
aprecio. Fueron sólo competencia en su época de aprendizaje y volver a verlos
apenas le producía un cierto sentimiento de curiosidad. Iba a encontrarse de
nuevo con Tessu y Chum. Por lo visto habían avanzado mucho en su carrera como
maestros. Él lo había dejado, siempre había sido bueno en las aquellas artes,
pero ahora sólo le interesaba la llave.
De repente sintió un dolor agudo y de la comisura del labio
le empezó a salir sangre. Se había cortado mientras se afeitaba y en lugar de
limpiarse empezó a llorar silenciosamente. En realidad todo era mentira. Él
quería ser como ellos, no tener la necesidad de ocultarse, de traicionar. Se
quedó arrodillado en el suelo unos minutos sollozando, dejando salir aquellas
amargas lágrimas venenosas como el amor.
Cerró los ojos y poco a poco empezó a serenarse, le vinieron a la mente acordes
de un instrumento de cuerda que oyó una noche con olor a jazmín y sabor a
caramelo. Y todo regresó, sobresaltado buscó en sus bolsillos, por el suelo a
su alrededor, el corazón se le aceleró de nuevo, se levantó bruscamente
golpeándose la cabeza con el pico de la mesa, pero ya erguido la vio, junto a
la navaja con la que estaba afeitándose, y se tranquilizó.
Y es que utilizar esa llave sería su liberación, necesaria para purgar todas sus malas acciones.
Cada día me impresionas más. Hay tanto arte escondido por ahí que deberías sacarlo más a menudo. Besos
ResponderEliminar