miércoles, 20 de febrero de 2013

Jacques I

Historias de amor. Todo nos rodea de estas historias y cada uno seguramente habrá vivido al menos una más intensa y fuerte, probablemente fracasada, o con suerte de esas que tienen finales en los que se comen perdices. Esto nos lleva a la historia de otro conocido que nació en Vinorús, aunque ahora viva en mi estimada Nancy. La historia de Jacques acaba mañana y me hace pensar en lo absurdos que son algunos motivos por los que uno puede llegar a enamorarse. Motivos inocentes en el mayor de los casos, que dependerán de la otra persona. Qué complicado es que el amor deba ser cosa de dos, todos somos tan diferentes...





Hoy me he acordado de aquella ciudad donde en febrero el aire era caliente por las noches. Donde las gaviotas que volaban se confundían  con estrellas suspendidas en aquel cielo oscuro y ligeramente anaranjado. Tengo grabada la imagen del castillo iluminado en lo alto y tú señalándolo con la intención de subir a verlo. Hoy te escribo escuchando nuestra canción favorita una y otra vez con los cascos que me regalaste. Cómo se parece Pauline Croze a ti, quizás por eso me sienta tan bien teniéndola siempre en el reproductor. Estoy al lado del pequeño Chouet, que ahora ya es un labrador grande y muy tranquilo. Fuera está lloviendo mucho y en la Météo han anunciado tormentas en la zona de Nancy. Lo que te voy a contar hoy es una historia de amor reciente.
Había suspendido la última asignatura que me quedaba para hacer un pleno. No me está yendo nada bien en la facultad, tampoco con mi familia. Quiero irme ya de aquí, pero me da miedo, me siento muy solo e indefenso. Esa tarde tuve una fuerte discusión con mi padrastro y me marché a buscar a Jean. Parecía que las nubes me habían contagiado sus ganas de llorar y las lágrimas luchaban por saltar afuera. No estaba en casa y tampoco contestaba al móvil y acabé entrando a un bar de la Grande Rue yo solo. Era un bar gay-friendly y el lugar era tranquilo y agradable.  Había sofás de piel, cojines con plumas y las mesas, todas ellas con jarrones y flores, eran muy pequeñitas. Me senté en  la mesa más escondida que encontré. Qué rabia me dio no dar con Jean, necesitaba fumar y olvidarme de lo mal que estaba todo durante unos instantes. Así que me pedí una jarra de cerveza negra y empecé a beber perdiéndome entre la música del bar, los murmullos de la gente y los de mi conciencia. Luego empecé con el vodka y cuando se me acabó el dinero me puse a llorar. A partir de aquí mi mente se vuelve una maraña oscura, borrosa y espesa.
Cuando desperté estaba en una habitación llena de muebles dispares y viejos.  Me incorporé y sobre una cómoda de hierro vi mis llaves y mi teléfono. Por una extraña razón no me encontraba mal, no había resaca, ni malestar de ningún tipo. Salí de la habitación y un chico se giró y se levantó del sofá del salón. Era un chico muy guapo, con una piel clara aunque de aspecto saludable, con el pelo rubio pero oscuro y ligeramente rizado. Parecía algo mayor que yo, y también era más alto. Se presentó de forma alegre y bromeando sobre lo que le había hecho madrugar. Miré un reloj con forma de dos tetas. De un pezón salían las agujas que marcaban las horas y del otro había una aguja que no sabía qué debía de indicar. Eran las 8 de la mañana.
Se llamaba Iván.


Dijo que se estaba meando y desapareció por un pasillo, dejándome de pie en medio del salón con los engranajes que conformaban mi sistema nervioso intentando optimizar su movimiento sin éxito. Cuando reapareció traía consigo una bandeja con galletas y zumo. Llevaba unos pantalones de deporte cortos, tenía un vello fino en las piernas, unas piernas fibradas. Tenía pinta de hacer bicicleta. Encendió un aparato de música y sonó la canción Consolation Prizes de Phoenix. Y así empezó a hablarme sobre él. Hablaba con voz suave, con seguridad y templanza, con una expresión amable que le daba una bella forma a sus ojos turquesa… Estaba haciendo prácticas en un hospital. Era médico y era español, de Alicante. Qué casualidad,  ¿verdad?  Justo donde fuimos en nuestro último viaje juntos.
Al final, con vocecilla tímida y avergonzada le pregunté sobre cómo había ido a parar allí. Me extendió la mano con una galleta con forma de flor que olía a mantequilla y le dije que no me apetecía comer nada, así que mientras se iba metiendo galletas en la boca me empezó a preguntar cosas sobre mí, sobre mis gustos, si me gustaba la canción que había puesto o si quería otro estilo, ignorando por completo la expresión de mi cara y la pregunta que al principio le había hecho.
Parte 1 de 2

No hay comentarios:

Publicar un comentario