domingo, 19 de enero de 2014

Jacques III

Abandonar el nido no es fácil para todos. Y mucho menos, tener que marcharse lejos, dejando atrás a los tuyos. La situación actual obliga a muchos a tener que hacerlo, dejar el pasado ignorando el sufrimiento que ello pueda causar. No siempre está el "espíritu aventurero" presente. Sin embargo, hay ocasiones en que el pasado que agarra nuestra manga para no dejarnos ir es venenoso y esto me recuerda a otro relato que mi amigo Jacques dejó escrito a su alma gemela.


Hoy hace un día muy hermoso. El cementerio está realmente bello, tan solitario como siempre. Me encuentro escribiéndote, junto a ti, mientras observo que a mi alrededor sólo está mi Vélo Stan y unos ramos de lilas y jazmines que han debido de traer tus padres.

Cimetière du Sud (Nancy)

Mi madre me ha propuesto marcharme (sin amenazarme y de buenas), dice que pruebe a empezar de nuevo en otro sitio si aquí me van tan mal las cosas. Pero yo no quiero, me da miedo alejarme de Nancy, si la vida es una mierda aquí, ¿por qué iba a ser mejor fuera? ¿Cuáles son mis cualidades?

Hay algo que mi madre no sabe; qué va a saber ella si no presta atención a nada. Llevo casi dos meses sin ir a la facultad, ahora son los últimos exámenes y ni siquiera me he presentado. ¿Te acuerdas de Soucis92? Ha reaparecido. Me envió un e-mail larguísimo en el que me explicaba todo lo que había hecho los últimos años, me dijo que estaría en Nancy unos días. Resulta que está en un grupo de música y no le va mal del todo. Ha sido hasta telonero de Travis en un concierto en Lyon. Desde que dejó Nancy no ha dejado de trotar por el mundo, llegando a vivir durante largas temporadas en Québec o en San Francisco. Me hizo recordar aquellas tardes que pasábamos él, tú y yo en su habitación, escuchando el nuevo disco de este grupo escocés una y otra vez mientras fumábamos, nos reíamos y te metías con nosotros de lo gays que éramos y nos obligabas a darte picos para que no murieras de envidia. Esa nostalgia me animó a quedar con él y a dejar de lado enfados y rencores.

Quedamos en la plaza que hay cerca del parque de Sainte-Marie y cuando llegué, él ya estaba allí. Estaba guapo, se había dejado el pelo corto y ahora tenía un tatuaje en el cuello. Vestía con un chaleco vaquero y tenía muchas pulseras en ambas muñecas, probablemente recolectadas en cada uno de los sitios que pisaba en el mundo exterior, se había dejado patillas y algo de barba. Llevaba consigo un violín, ¿recuerdas que le animamos siempre a seguir con el violín? Desde el momento en que nuestras miradas coincidieron, el reloj que controlaba el mundo real se detuvo. Anduve lentamente y le abracé, y él me besó en la mejilla derecha. Sentados en un banco hablamos sólo de las cosas que nos concernían únicamente a nosotros. También le dije que ya no estabas y creo que realmente lo lamentó. Recordamos cómo nos conocimos en aquel chat, cuando yo tenía 13 años y él 15. Enseguida me propuso que le pusiera la web cam, y eso me puso muy nervioso. Poco a poco, la curiosidad y nuestros caracteres hormonados por la edad nos impulsaron a desnudarnos, a excitarnos el uno al otro frente a la pantalla de ordenador. Más adelante nos conocimos en persona y ya sabes cómo continuó todo. Y cómo sufrí. Pero ese fue el tema tabú, aquella tarde éramos Jacques y Marcis, talentosos directores de cine, creadores de fábulas perversas, rebeldes sin causa. Era mejor hablar de cómo Nancy ya no tenía encanto y que el futuro estaba fuera, me animó a salir de aquel agujero y yo sonreía con despreocupación. Aquella sería una desenfrenada y loca noche londinense en toda regla, nuestro sueño de vuelta, listo para ser cumplido.

Casualmente vimos a lo lejos a Jean, y ambos nos sonreímos maliciosamente. Marcel negoció con él y enseguida volvió a mí con un saquito en las manos. Entonces, me cogió de la mano con ternura y acabamos en un apartamento que pertenecía a su tío. Estaba alojado allí esos días ya que todavía no se hablaba con sus padres. El piso estaba muy sucio y parecía un almacén, vacío de la esencia de un hogar y repleto de trastos sin alma. Me guió hasta una cama. No estábamos en su mítica habitación, pero cuando encendió el porro sentí que resurgió aquella época, que todo volvía a ser igual. Nos besamos, compartimos aquel humo embriagador,  aunque hubiera habido música en aquella habitación no la habríamos oído, porque nuestros sentidos ordinarios se desactivaron y fueron sustituidos por algo más místico. Cuando acabamos de fumar ya teníamos los torsos desnudos y buscábamos más. Conocíamos perfectamente nuestros cuerpos, y en aquel recóndito de fantasía nada había cambiado, hizo cada movimiento que esperaba de él, no pude resistirme a ser yo quien empezara, quien le desabrochara la cremallera del pantalón y me metiera su miembro caliente y muy erecto entre mis labios. Me dijo que recordaba perfectamente el perfume de mi pelo y empezó a penetrarme a la vez que mordisqueaba mi cuello, adquiriendo el ambiente más y más temperatura, me agarré a él con fuerza y le pedía cada vez más, nadie mejor que él sabía cómo complacerme.

Al acabar, nos quedamos acostados el uno sobre el otro durante un rato, respirando al unísono. Después preparó otro porro, pero ese ya no supo igual, porque mientras lo preparaba, miró su móvil, y respondió a algún whatsapp que le habían enviado. Mis celos volvieron, y aquella utopía flotante se desplomó. Empecé a oír estruendosamente el tic-tac de ese reloj universal que se había reactivado, y de pronto se apareció ante mí aquel señor con quien le vi en un coche. Nunca quise decírtelo, pero Marcel y yo no cortamos por unos simples cuernos. Para cumplir sus sueños, necesitaba dinero y sabemos en qué mundo se movía nuestro Marcis… pero nunca pensé que llegaría a aquel extremo. Un puto viejo le estaba metiendo la lengua en un coche. Cuando le descubrí, me confesó que no había sido el único y que estaba acostándose con otros para ganar dinero. Si no hacía algo, nunca se activaría su carrera musical. Esa fue su excusa.

Me levanté de la cama y me vestí. De repente empecé a sentir angustia y dejé a Marcel ahí sentado en la cama con los pies descalzos sobre un suelo pegajoso, con su móvil en una mano y el porro en la otra. En parte, el efecto de la maría le impidió reaccionar más deprisa para evitar que me fuera, pero por otro lado, en el fondo de sí, sufría de una resignación y una culpabilidad que no podía vencer, y sabía que yo acabaría por marcharme de allí.

De camino a casa, no pude reprimir las ganas de llorar y me senté en un banco. Miré mi móvil, al que le quedaba un 2% de batería. Tenía un mensaje de Seb enviado unas 3 horas antes. Seb sigue hablándome de vez en cuando y mi actitud hacia él no ha cambiado desde que íbamos a primaria y tú ya me decías que ese chico era gay y que yo le gustaba. ¿Te acuerdas de él, verdad? Como vi que su última conexión había sido 10 minutos antes le contesté. Él me hacía recordar que hasta un ser miserable como yo, tenía algo que aportar al mundo, y aunque generalmente no le hacía mucho caso, esa noche, habría agradecido mucho poder leer sus palabras llenas de mensajes bonitos. Entonces, tras un breve intercambio de saludos y tiernos emoticonos, mientras veía la frase “Seb está escribiendo…” la pantalla del teléfono se apagó.


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