miércoles, 2 de abril de 2014

Escaleras

¿Qué será lo que determina que a ti te guste el helado de fresa y yo prefiera el de pistacho? Cada uno de nosotros es diferente, existen tantas opciones y variedades que quizás por eso, al final, acabemos buscando aquello con lo que somos afines al resto.


Existen tres factores que están muy relacionados entre sí: la confianza en uno mismo, la autoestima y la integridad. Por desgracia, no son compensables, si uno falla, el resto se vienen abajo. No es como el dinero, la salud y el amor. Ese triángulo al menos deja la esperanza de que si sólo aparecen amores no correspondidos y gastos que te dejen en los huesos, una salud de hierro te ayudará a sobrellevar los disgustos de la vida. Pero en el momento en que no te quieras lo suficiente o no te valores como debes, todos tus ideales perderán su sentido. Y ahí es dónde aparece una sombra que seguro que todos hemos percibido alguna vez. Una fuerza maligna que borra nuestra esencia.

Los prejuicios los genera la sociedad y luego nos atormentan de manera individual. Generalmente, con los años, uno gana confianza en sí mismo, gana a la vez integridad y le afectan menos esos prejuicios. Entonces es cuando, por fin, puedes hacer las horteradas que tanto te avergonzaban, podrás amar a quien quieras, sea chico o chica, guapo o feo, rico o pobre. Y la autoestima subirá como si fuera una hormona en tu cuerpo cuando llega el calor, sintiéndote capaz de todo. Se adquiere un brillo especial que la gente realmente percibe, y se entra en un ciclo de mejora continua, triunfas allá donde vayas o haciendo lo que sea que hagas. Te miras en el espejo y te ves guapo, la ropa que te pongas te sienta genial, el tiempo corre a tu ritmo y te entran ganas de salir a la calle aunque sea solo a pasear, para que vean lo grande que eres.

¿Para que vean? Sí, porque al fin y al cabo, todo forma parte de nuestra función vital de relación. Todo lo que hagamos o cómo nos sintamos va a estar influenciado por algo externo a nosotros, chocando de frente con la virtud de la integridad. Por esta razón, nunca podremos estar siempre en lo alto y, pasaremos de ese mundo celeste a un mundo de estragos.

Creo que lo importante es no engañarse a sí mismo, tener presente que en nosotros hay un ángel y un demonio, y ninguno de los dos duerme nunca. La persona que más daño nos puede hacer somos nosotros mismos, ya que, consciente o inconscientemente, tenemos el control total de nuestro ser. Nuestro entorno estará eternamente en contacto con nuestro cuerpo y alma, pero de nosotros depende cómo nos afectará.

Y nadie es perfecto, nadie conseguirá jamás sumir en un vasto letargo a sus demonios. La única opción es hacer frente a ellos, convivir con tus defectos e intentar mejorar siempre. Mejorar sin límites. Lo mejor de no poder llegar nunca a ser perfectos, es que siempre nos podremos superar, siempre habrá una nueva sensación de bienestar que descubrir y en el momento en que caigamos, contar con que no solo hay un camino hacia esa cima platónica.

Elige tú mismo la escalera al paraíso.


 



No hay comentarios:

Publicar un comentario